La Amazonía es una pletórica fuente de recursos, sorpresas y maravillas que despiertan la razón y movilizan los sentidos. Sin embargo, es una región vulnerable y amenazada permanentemente. Más con dolor que con ironía podemos decir que prima la Ley de la Selva con normas como las que el Congreso está a punto de aprobar por insistencia, que debilitan la legislación actual, vulnerando la protección de los ecosistemas amazónicos y los derechos de las poblaciones nativas, verdaderas guardianas del futuro de la humanidad.

Maria elena cornejo y Elia García, dueña del restaurante La Patarashca, trepando a las minas.

Uno de esos tesoros son las minas de sal de Pilluana, ubicadas en la cuenca del río Huallaga, en la región San Martín. Son montañas de geografía muy singular, que semejan picos góticos esculpidos naturalmente por el viento y el tiempo. Los nativos identifican a simple vista las vetas blancas, rosadas o negras que luego extraerán para consumo humano y animal. Lo hacen con ciencia y con respeto para no incordiar a los duendes de las minas, ya que ellos emiten sonidos que embrujan a quienes se quedan horadando la montaña después del anochecer.

No son sedimentos, como Maras, sino rocas de naturaleza volcánica”, explica José Luis Pinedo Pinche, director del proyecto que procesa y comercializa la sal amazónica. La negra es la más escasa, la rosada está de moda, la blanca es la tradicional. Es decir, para todos los gustos. Ahí entra el trabajo de investigación culinaria para identificar qué sal se adapta a cada receta.

Desde tiempos prehispánicos, la sal fue usada como instrumento de trueque por las comunidades sawis, kichuas, los desaparecidos cholones y hasta por los más alejados chachapoyas.

Hoy, las minas o domos solo pueden ser explotadas por los nativos de Pilluana quienes armados con un machete o cuchillo filoso extraen las piedras quitándoles el exceso de tierra a puro pulso dándoles la forma de cachimazo (suerte de palo de sal de un kilo de peso aproximadamente que sirve para ablandar las carnes o el plátano verde con el que se prepara el tacacho).

No solo queremos que nos compren este insumo, dice Pinedo, sino que el mundo conozca el yacimiento salino más antiguo del Perú que produce sales naturales con 98% de pureza.

Otra comunidad vecina, la de Mishquiyacu, está empleando los bloques de sal con fines artísticos confeccionando hermosas lámparas ecológicas con diseños propios y muy cotizados. No cabe duda, estas novedades son la sal de la vida.